Mi nombre es Jone y soy una de las participantes del proyecto voluntario SMR 2018. Llegó a mis oídos, a través de un amigo, que un proyecto de voluntariado se iba a realizar, en La Ensenada, Puente Piedra, cerca de Lima, Perú. Es un tipo de experiencia que hacía tiempo quería realizar pero no me atreví a hacerlo sola, de modo que un día conocí a Mª Ángeles y me habló de la propuesta. Me encantó la idea.
Llegamos a Lima el 24 de julio, fue una convivencia de 2 semanas con un grupo formado por aproximadamente 22 personas (aunque con ciertas variaciones, ya que prácticamente todos los días había alguien más participando y compartiendo). El plan diario era: por la mañana, construir la casa de Ricardina y Matilde; por la tarde, nos dividíamos en grupos para visitar a las familias que las hermanas conocían o jugar con los niños en las ludotecas. Finalmente, recogíamos el día y quien quería compartía lo vivido durante el día, cómo se había sentido,…
Iba con la idea de conocer dónde y cómo viven las hermanas en La Ensenada, las costumbres locales, su rutina y saber qué es lo que las hermanas estaban haciendo allí para ayudar, sin ninguna expectativa en concreto, lo que me ayudó a disfrutar de cada encuentro, cada momento con el resto de los compañeros de forma espontánea.
Llegamos a un desierto húmedo (valga la contradicción), donde los recursos escasean, abunda la necesidad material y donde, sobre todo, hay una carencia afectiva, de autoestima, de estructura y apoyo familiar o del entorno, siendo esta última carencia en los valores personales la que más me impactó, sentía mucha frustración a la vez. Yo pensaba: “Se puede vivir siendo pobre y carecer de comodidades que hacen la vida más agradable. Pero sin un apoyo, alguien en quien confiar, que te pueda ayudar a mantener el ánimo para seguir luchando en esta realidad, es muy difícil vivir”. En las visitas me pareció que éste era uno de los trabajos más importantes y más maravillosos que las hermanas realizan allí, ser un punto de apoyo cercano y acompañar en lo que pueden a quien lo necesita, entre otras cosas.
Recuerdo cada día con mucha ternura, las sonrisas y la alegría de las hermanas desde el primer día, cuando nos acogieron con los brazos abiertos en su casa, hasta el último. La confianza (¡y la paciencia!) de Manolo en todos nosotros por las mañanas en la construcción, la energía y vitalidad de Cristina, Soledad y muchas otras que llevo en mi corazón.
Me siento afortunada de haber podido participar en este proyecto. Es una realidad que me ha dado qué pensar, que me ha removido muchas emociones, pero que ha merecido la pena inmensamente. Podría contar mucho más, pero considero que hay situaciones que es necesario vivirlas para poder llegar a entenderlas.
Gracias de todo corazón. Jone Atxutegi